jueves, 13 de marzo de 2014

EL FIN DE LAS NOCHES


       De entre todos los casos de profesiones infravaloradas, quizás el más interesante sea el del señor Pelambres, usualmente encargado (aunque él no lo considere una carga en absoluto) de mostrar a sus eventuales compañeros de juerga el instante exacto en que la noche ha llegado a su fin. Pudiera interpretarse –erróneamente y restando a priori importancia a la ocupación del señor Pelambres– que la noche termina indudablemente a la llegada del amanecer. Lo que no se está teniendo en cuenta desde este ingenuo posicionamiento inicial es que, apenas ingerida la primera ronda de whiskys con soda, la noche puede llegar a dilatarse incluso hasta las diez cuarenta y cinco de la mañana siguiente, lanzándose de este modo por la borda todo signo de lúdica cordura en el colectivo afectado –y es en este punto donde la impecable labor del señor Pelambres entra en juego con magníficos resultados–. Abstemio por naturaleza, el señor Pelambres suele recurrir a una calculada sentencia que hace mella indefectiblemente en el subconsciente de sus acompañantes, por muy ebrios que éstos se hallen. Basta con que él deje escapar de sus labios un sonoro “Tengo la ligera sospecha de que la noche ha llegado a su fin” para que los truhanes a su cargo capten el mensaje y vuelvan, convencidos y sin rechistar, a sus respectivos hogares. Se rumorea últimamente que los servicios del señor Pelambres están subvencionados por el sindicato nacional de amas de casa, pero lo relevante del caso es que profesiones tan bellas sigan teniendo cabida en nuestra libertina sociedad.