jueves, 6 de febrero de 2014

HETERONOMÍA

       
       El niño de la moneda no sabe en qué se la va a gastar. Ha estado considerando las diferentes opciones, sin decantarse claramente por ninguna en concreto. Cuando su cabeza le dice: “métela en el cerdito-hucha” (ésta se le antoja la peor opción, pues no es verdadero gasto), su corazón la rebate: “cómprate una revista”, y sus papilas gustativas imploran: “gominolas de fresa, por favor”. Acostumbrado desde muy pequeño a una férrea tutela monetaria por parte de sus progenitores, el niño de la moneda se siente ahora desvalido frente a un problema que le resulta del todo ajeno: “¿Qué hacer?”, “¿Cómo actuar?” y otros interrogantes análogos se agolpan, incipientes, en su cerebro infantil. Papá le advierte entonces que piense muy bien en qué va a gastarse la moneda –la primera moneda realmente suya– pues no podrá disponer de una igual en mucho tiempo (concretamente cuando vuelva a cumplir años, trescientos sesenta y cinco días después). El niño de la moneda, fuertemente presionado, o temeroso quizá de cometer una imprudencia propia de otros niños de su edad, se resigna a introducir la moneda por la ranura de su cerdito-hucha. Inmediatamente después de hacerlo, el niño de la moneda siente como todos los dientes de leche que aún conservaba se le desprenden de las encías. Pocas horas más tarde, le invade ya la cara un espeso bigote.