jueves, 23 de enero de 2014

PATRIMONIO

       
       Como Asdrúbal ha encontrado por fin el Santo Grial, se apresura en hacer público su descubrimiento. Han sido décadas de búsqueda ininterrumpida, de pistas minuciosamente examinadas que, finalmente, han conducido hacia el pequeño templo turco que lo acoge desde hace siglos. La rueda de prensa, rebosante de periodistas y especialistas de renombre, discurre con cierta normalidad, o al menos toda la normalidad con que puede discurrir un acontecimiento de semejantes características. Asdrúbal está satisfecho, exultante incluso, porque sabe que su hallazgo le asegura un lugar privilegiado en el río de la historia. Tras una serie de preguntas relativas a las pruebas que aseguran la autenticidad del sagrado cáliz, el arqueólogo se pronuncia tajante: la recuperación del Santo Grial es un hecho del que nadie puede dudar, y así lo atestiguan sus diversos trabajos de investigación. Otra batería de preguntas recurrentes es la que atañe al destino de reposo del Grial, pues son muchas (por obvias razones) las instancias culturales interesadas en acoger en sus museos y sociedades el recipiente divino. Asdrúbal sentencia, sin mayores concreciones, que la copa –a su juicio– no debería tener un depositario determinado ad infinitum. En ese momento, hacia el fondo de la sala, un individuo de larga melena y barba descuidada, visiblemente molesto, se levanta de su asiento chascando la lengua. Después se dirige hacia la máquina de café del recibidor y, desprendiéndose de su corona vegetal, coge un vasito de plástico, sonriendo con ironía.