jueves, 28 de febrero de 2013

ESTO Y AQUELLO


A veces querríamos escribir cosas que sólo nosotros mismos pudiéramos comprender, desarrollar una escritura estrictamente privada. El problema es que siempre habrá alguien que crea entender, alguien que dirá “me gusta/me disgusta esto” mientras el autor sigue convencido de que esto es en realidad aquello. A partir de ese momento crítico en que se produce el robo de sentido, el escrito se independiza (quizás para siempre) del autor que creía poseerlo.
Donde existen palabras muere el secreto y nace –a veces– la literatura. El único modo de preservar nuestro lenguaje privado consiste en negarse a escribir o en morir sin ser leídos.

“–Oye: tengo que contarte un secreto.
–¿Un secreto secreto?
–No, hombre; en tal caso no te lo contaría.”

(Diálogo entre dos adolescentes en una biblioteca coruñesa)

lunes, 25 de febrero de 2013

SOBRE EL ESTRADO DE LA NACIÓN


1.      Declaraciones perpetradas por Mariano Rajoy (selección):

“Hemos dejado atrás la inminencia constante del desastre”.
“Hemos demostrado que nuestra palabra vale como un contrato”.
“No es verdad que en España haya un estado generalizado de corrupción”.
“Piden ustedes demasiadas dimisiones”.

2.      Contraataque autoexculpatorio de Rubalcaba:

“Es usted el que se examina hoy aquí, no soy yo”.

3.      No consigo sacarme de la cabeza el estribillo de aquella famosa canción de los Manic Street Preachers: “If you tolerate this, then your children will be next”.
País…

jueves, 21 de febrero de 2013

EN EL ESTANCO


Aprovechando el escándalo de la carne de caballo, decido acusar veladamente y en tono jocoso a la estanquera: “Usted no me estará vendiendo tabaco chino adulterado, ¿verdad?”. Ella –un encanto de mujer, por cierto– me contesta con una sonrisa pícara y tranquilizadora: “Qué va, hombre; aquí sólo vendemos tabaco del bueno”.
El mundo es un oxímoron esférico.

lunes, 18 de febrero de 2013

ASOMARSE AL ABISMO


Hemos partido de la lógica para construir un discurso narrativo convencional. La propia lógica, como disciplina, es una convención; y las convenciones sólo son objetivas si entendemos la objetividad como una suerte de intersubjetividad más o menos democratizada. Asumir una objetividad de sustrato no-intersubjetivo equivale a sostener: a) que Dios dicta y sólo algunos comprenden; b) que nadie dicta y, por lo tanto, nadie comprende; c) que alguien (o algo) dicta y muchos asumen (la comprensión no encuentra aquí su espacio).
a)      Discurso teológico.
b)      Discurso nihilista.
c)      Discurso capitalista.
Cuando hablemos de objetividad, no conviene perder de vista su naturaleza intersubjetiva –con todos los problemas que ello acarrea–. De lo contrario estaremos jugando a ser: a) dioses (o “iniciados”); b) relativistas peligrosos; o c) borregos parlantes.
Con respecto a los discursos narrativos no-convencionales, el principal riesgo es este otro: ijwnerg wijfgiweu jiwnergui iwebgnwieogjui iduwjrgionjr iwergio.
Lo dicho: que todo son problemas, independientemente del punto de partida.
Juntar dos o más palabras es ya asomarse al abismo.

jueves, 14 de febrero de 2013

ESCRIBIR EN SERIO


Tengo un amigo –una persona extremadamente sensible e inteligente– que está contemplando la posibilidad de (en sus propias palabras) ponerse a escribir en serio. Su reciente impulso me ha hecho pensar precisamente en eso, en la diferencia entre escribir-para-pasar-el-rato (que es lo que algunos, sin mayores pretensiones, hacemos en nuestros respectivos blogs, por ejemplo) y escribir-en-serio (que vendría a ser lo que yo mismo intento cuando no estoy perdiendo el tiempo en esta página web). Miren: si hay algo que odio es dar consejos; el consejo es siempre una forma camuflada de narcisismo. De hecho no descarto que la fórmula “escribir en serio” constituya en sí misma un desajuste lingüístico en lo relativo a las capacidades reales de cada escritor. Escribir en serio, lo que se dice escribir en serio, está al alcance de (llámenme elitista) muy poca gente, gente que seguramente no tenga nada que ver conmigo. A propósito de todo esto, déjenme aclarar que nunca he dudado de las capacidades de mi amigo, al que no me cuesta imaginar alzándose con el Premio Herralde de Novela. Pero como llevo varios años dejándome la vida sobre el papel y además me han pasado cosas tan insólitas como esta (a pesar de lo cual mi obra permanece inédita), a veces pienso que sencillamente no vale la pena tomarse la escritura (la vida) demasiado en serio. En definitiva, creo que escribir en serio consiste no sólo en alcanzar el límite de nuestras posibilidades escritoras, sino en sobrepasarlo con creces. Ahora díganme: ¿cómo se hace eso? ¿Es posible?
Hace muchos años mi padre me dio el único consejo que no me importaría compartir con un amigo: “En esta vida no basta con hacer todo lo que uno puede: hay que hacer más de lo que se puede”. Delicioso sofisma. Mucha suerte, querido N. Espero que tengas más que la que yo estoy teniendo, no sólo a la hora de publicar, sino muy especialmente de cara a –como decía Píndaro– llegar a ser lo que eres.

sábado, 9 de febrero de 2013

APORTE ESTUPENDO

A propósito de la última entrada de este blog, la siempre amable (y atenta) autora de La corte estupenda me recuerda unos versos de A. Caeiro que quizás ayuden a esclarecer el problema. Muy agradecido.
A veces me da por pensar que Pessoa concibió su universo heterónimo (multiverso, si hemos de ser estrictos) tan sólo para demostrar que la contradicción entre convicciones propias es el único camino posible, la única forma de poetizar la existencia sin caer en el ridículo.

He aquí Pessoa Vs. setenta millones de imbéciles:

"Não basta abrir a janella
para ver os campos e o rio.
Não é bastante não ser cego
para ver as arvores e as flores.
É preciso tambem não ter philosophia nenhuma.
Com philosophia não ha arvores: ha idéas apenas.
Ha só cada um de nós, como uma cave.
Ha só uma janella fechada, e todo o mundo lá fóra;
e um sonho do que se poederia ver se a janella se abrisse,
que nunca é o que se vê quando se abre a janella".

"No basta abrir la ventana
para ver los campos y el río.
No es suficiente no ser ciego
para ver los árboles y las flores.
También es necesario no tener ninguna filosofía.
Con filosofía no hay árboles: sólo hay ideas.
Hay sólo cada uno de nosotros, como un sótano.
Hay sólo una ventana cerrada, y todo el mundo afuera;
y un sueño de lo que se podría ver si la ventana se abriese,
que nunca es lo que se ve cuando se abre la ventana".

(A. Caeiro, Poemas inconjuntos)

viernes, 8 de febrero de 2013

SETENTA MILLONES DE IMBÉCILES

Nunca he tenido muy claro si la memoria subjetiva, esa nebulosa intransferible (a veces incluso, como el dolor, incomunicable) que configura en gran medida nuestra personalidad, nos resulta verdaderamente útil desde un punto de vista instrumental, si nos ayuda a, digamos, "habérnoslas" con la vida. Lo que sí se me aparece claro y distinto es que memoria y prejuicio son conceptos fatalmente emparentados entre sí, como si el recordar traumas pasados prefigurase ineluctables traumas futuros. Abstracciones aparte, lo que pretendo señalar es que tengo serias dudas sobre las supuestas bondades de la experiencia vivida o, dicho de otro modo, sobre ese irritante lugar común que asegura aquello de que "de todo en esta vida se aprende". Confieso: No creo haber aprendido nada, absolutamente nada, de mis traumas privados; si acaso, a convivir (forzosamente) con ellos. Pero no conviene confundir tolerancia con aprendizaje, ni quizás tampoco memoria con experiencia. Uno aprende, en el mejor de los casos, a conceptualizar, a nombrar lo que vive, lo que cree haber vivido. Sin embargo, decir que se puede aprender algo de todo ello, pretender dotarlo(se) de sentido en el tiempo, construir, en definitiva, una Historia Personal (a gusto o disgusto del consumidor) está sólo al alcance de los imbéciles y de los poetas.
Ahora es cuando alguien debería animarse a sentenciar que, por cada poeta, hay aproximadamente setenta millones de imbéciles construyendo vidas propias y ajenas, perseverando en el error terapéutico. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

miércoles, 6 de febrero de 2013

SOBRECOGEDOR

No; no voy a tratar en profundidad el tema de los sobres de Bárcenas y Cía. Sé que quizás debería (¡ah, el deber!), pero también sé que cuando me llevan los demonios pienso (y escribo) peor que de costumbre, así que me limitaré a esbozar un breve apunte semántico. Creo que en los últimos días se está desvirtuando hasta tal punto el adjetivo "sobrecogedor" que, a título personal, prefiero seguir reservándolo para los relatos de Poe, las películas de Hitchcock, los poemas de Celan o la música de Wagner. A "los otros" prefiero designarlos directamente como presuntos mafiosos, que es lo suyo. Y que conste que lo de "presuntos" es por si a Aznar le diera por querellarse contra mi blog, que el tío ya ha hecho sus advertencias/amenazas. No es que estos señores sean sobrecogedores, oigan: es que como mucho son unos sinvergüenzas. Los adjetivos interesantes también hay que ganárselos, y me temo que en "B" no vale. Hagamos todo lo posible por mantener lo sobrecogedor al margen de tanta caspa. Ya estamos bastante pringados: que no nos pringuen también el lenguaje.

viernes, 1 de febrero de 2013

EL MIEDO

Es curioso esto del miedo, que sin tener existencia objetiva nos arroja, paradójicamente, a la objetividad de la existencia. Y es que no somos sujetos del miedo: somos en realidad su objeto; es el miedo el que nos sujeta mientras nosotros (en vano) objetamos. Por eso resulta tan absurdo que digamos "tengo miedo", cuando es el miedo el que nos tiene a nosotros.