miércoles, 15 de mayo de 2013

LA VERDADERA MUERTE DE LA NOVELA


Anda Luis Goytisolo preocupado por la muerte de la novela, como si ésta no viniera demostrando sobradamente, desde el siglo XVII, su inagotable capacidad de reinvención. En lo que llevamos de siglo XXI, sin ir más lejos, hemos asistido a la publicación de obras tan diferentes como El mal de Montano, Los infinitos o 2666, artefactos complejos y ambiciosos que indudablemente cuestionan, sí, la naturaleza de la novela como género, pero sólo para, una vez más –no nos equivoquemos–, apuntalarla allá en lo alto, abriendo nuevos caminos literarios y anticipando límites borrosos y acaso inciertos que habrán de marcar (positiva o negativamente) los pasos de las próximas generaciones de escritores. La novela no sólo parece indestructible, sino que puede que además (como el Capitalismo o la Religión) en efecto lo sea; en cualquier caso no será tan fácil acabar sin más con ella. Otro problema muy distinto es el del fin de la novela como relato de ficción privilegiado que aspira a transformar la realidad en un sentido último y global; me temo que en este sentido nuestra vieja amiga se ha topado con un rival imprevisto e implacable, infinitamente más poderoso que el universo de la imagen, del cómic “adulto” o de las series televisivas “de calidad” –en el que tantas veces, y a excepción de ciertas (contadas) obras, uno tiene la sensación de que le están dando gato por liebre–, un enemigo que además muchos se empeñan, irresponsablemente, en disfrazar de Ciencia. No les quepa la menor duda (que diría Mariano Rajoy) de que si hay un discurso que hoy por hoy disputa a la novela su reinado en el terreno de la ficción, ese discurso es la Economía. Otra vez la Economía, estúpidos.
No debería extrañarnos que, en un futuro mucho más próximo de lo que quizá pensamos, los dudosos “autores” del BCE o del FMI, escondidos tras sus siglas, vengan a reemplazar a Foster Wallace y J. Franzen, y aun a la realidad misma, en los manuales de Literatura de este nuevo milenio. Sorpresa, sorpresa. Ahora pueden ustedes echarse a temblar –yo ya llevo un buen rato haciéndolo–: de producirse, la verdadera muerte de la novela vendrá a manos de los peores economistas, aquellos que ni siquiera serán capaces de asumir su condición de usurpadores de lo ficticio.
¡Ah, Economía! ¡Vendrá la muerte y tendrá tus dígitos!