jueves, 4 de abril de 2013

EL CUARTO RABINO


Les dejo aquí un fragmento de Magma (Spurious), interesante (e irregular) debut literario de Lars Iyer. Atención a la parábola, que bien podría resumir la Historia de la Literatura desde el punto de vista de la Creación:

“W. me recuerda la lección hasídica que Scholem narra hacia el final de su gran estudio sobre el misticismo judío.
Cuando se enfrentaba a una gran tarea, el primer rabino, de quien poco se sabe –su nombre y los detalles de su vida permanecen envueltos en un velo de misterio–, iba a cierto lugar en los bosques, encendía un fuego y meditaba en oración; y lo que quería conseguir se cumplía.
Una generación después, el segundo rabino –se desconoce su nombre y sólo han trascendido unos pocos detalles sobre su vida–, al enfrentarse a una tarea de similar dificultad, iba al mismo lugar en los bosques y decía, “Ya no sabemos encender el fuego, pero todavía podemos orar”. Lo que quería conseguir se cumplía.
Pasó otra generación, y el tercer rabino –cuyo nombre ha llegado hasta nosotros, aunque sigue siendo, a pesar de ello, una figura legendaria– fue a los bosques y dijo, “Ya no sabemos encender el fuego, ni conocemos las meditaciones secretas propias del orador. Pero conocemos el lugar apropiado en los bosques, y eso debe ser suficiente”. Y lo que el rabino quería conseguir se cumplió.
Pasó otra generación, y quizá otras más, quién sabe, y el cuarto rabino –su nombre es bien conocido, y todavía vive entre nosotros–, enfrentado a una difícil tarea, simplemente se sentó en su sillón y dijo: “No sabemos encender el fuego, no sabemos rezar las oraciones, no conocemos el lugar, pero podemos contar la historia de cómo se hacía entonces”. Y eso también fue suficiente: lo que quería conseguir se cumplió.
Hubo un quinto rabino que Scholem olvidó; bueno, en realidad no era un rabino, dice W. Se llama Lars, y de él sabemos demasiado. Olvidó dónde estaban los bosques, e incluso que tenía una tarea que cumplir. Sus oraciones también cayeron en el olvido; y si meditaba, lo hacía sobre el destino de Jordan y Peter André. Terminó prendiéndose fuego a sí mismo y a su amigo W. con las cerillas que llevaba encima y los bosques ardieron hasta las raíces. Y después el fuego se propagó al mundo entero, los océanos hirvieron y el cielo quedó arrasado por el fuego y fue el fin del mundo.”

Apuesto a que no soy el único que se imagina al cuarto rabino leyendo en su sillón, contando la historia del “cómo” y confundiendo su propia identidad con la de Enrique Vila-Matas.