sábado, 30 de marzo de 2013

LAS COSAS NUESTRAS


A veces uno tiene la sensación de que los acontecimientos relevantes no se presentan –cronológicamente hablando– con la regularidad que debieran, sino más bien como una sucesión intermitente de aludes emocionales, porque la emoción no deja de ser un modo determinado del acontecer. Indiscernibles en nuestros respectivos espacios cognitivos, llegan entonces las digestiones pesadas del subconsciente, las dudas y la espera. Y por mucho que uno comprenda (asuma) que siempre están pasando cosas, lo cierto es que algunas efectivamente pasan mientras que otras, además, se quedan. Estas últimas son las que creemos que nos pasan a nosotros, las cosas nuestras. “Eso ya es cosa tuya”, suele decirse; pero es mentira: no existen las cosas para nosotros. Ni siquiera está del todo claro que existan las cosas. Sin embargo hay semanas en que uno se acuerda de Leibniz y piensa que un acontecimiento determinado, al igual que una mónada, podría contener (al menos en teoría) todos los acontecimientos posibles. En esos momentos, por lo visto, toca alegrarse. Aunque el ser capaces o no de hacerlo ya no sea –sensu stricto– cosa nuestra.