martes, 19 de marzo de 2013

EN CHIPRE, POR EJEMPLO


(1)
Cuando uno quiere hacer un experimento, necesita un laboratorio. Esto es así. Y si ese experimento es además una aberración potencialmente peligrosa para el conjunto de la sociedad, entonces el laboratorio que lo impulse debe estar aislado, en la periferia, donde no llame la atención. En un lugar casi secreto. En Chipre, por ejemplo.

(2)
–¿Y si hacemos que los pequeños ahorradores carguen con toda esta mierda?
–Sería la hostia, pero no creo que traguen.
–Tiempo al tiempo… si eso lanzamos un globo-sonda…
–Necesitaríamos el visto bueno del Eurogrupo.
–No habrá problema: empezamos con un país irrelevante y a ver qué pasa.
–Estás loco, tío.
–Como todos los que trabajamos aquí, no te jode…

(3)
Hay experimentos cuya principal finalidad es sentar un precedente, lanzar una advertencia, acojonar, en definitiva, al ya suficientemente acojonado personal: “Ojo, que también podemos hacer esto”. Así, independientemente de los resultados de ese experimento, siempre habrá quien empiece a percibir –por comparación– los recortes, los atropellos o las sangrías que nuestro(s) gobierno(s) lleva(n) años perpetrando como una terapia necesaria y aun deseable. La fórmula es sencilla: para que sigan tragando con lo malo, enseñarles lo peor. Y si lo peor todavía no existe, pues se inventa y se muestra. Aunque sea en plan “micro”, en las afueras. En Chipre, por ejemplo.