martes, 29 de enero de 2013

SUBLIMACIÓN DE LA DERROTA

Cuando uno pierde las ganas de escribir siempre puede dejar constancia de ello en sus escritos. El escritor se muere de pena en la inacción (entendida como "improductividad"), pero quizás sea precisamente ésta la genuina fuerza motora de su escritura. No se debe subestimar, en definitiva, la potencialidad de la no-palabra como punto de partida y hasta de llegada de la creación (el vacío, que es, a un tiempo, el invisible magma del que puede surgir todo lo que no se ha nombrado todavía). Cuando uno no dice, está ya diciendo algo, peleándose con el lenguaje; no con el lenguaje-como-instrumento, no con el lenguaje-como-vehículo-transmisor: para el auténtico autor el lenguaje es esencialmente lenguaje-como-problema. En literatura, el resto son mercancías más o menos agradables, más o menos dignas. La verdadera literatura consiste en no poder decir, en no conseguir decir, y en querer decirlo de todas formas. Una sublimación de la derrota frente a la inconmensurabilidad del lenguaje.
Literatura y derrota han de ser sinónimos, y el escritor debe encarnar esa derrota con la mayor dignidad posible.