jueves, 13 de diciembre de 2012

SECRETO JULIO


Hoy me acuerdo de mi tío Julio (que en realidad es tío de mi madre, pero que para mí siempre ha sido y será el tío Julio). Quizás porque el pasado domingo Javier Marías escribía sobre el fin de los "favoritos secretos", quizás porque empiezo a estar harto de según qué secretos, quizás porque los secretos literarios me siguen pareciendo dignos de ser compartidos, recuerdo los libros de Julio y monto en cólera. El caso es que no puedo dejar de pensar, no sólo en él, sino en tantos otros autores que a menudo son omitidos, unas veces por olvido, otras sencillamente por desconocimiento o estupidez.
No les diré que Julio López Cid es un genio, no estaría bien, quedaría más como una muestra de incondicional adhesión familiar –de la que soy poco sospechoso, por cierto– que como juicio crítico responsable, y además sería exagerado. Sí les diré que es un escritor interesantísimo, profundo y poético, poco prolífico (o poco publicado, que al final es, me temo, lo mismo). Su última referencia comercial, El Río (Duen de bux, Ourense, 2008), es un libro cautivador… y prácticamente desconocido, por desgracia. Diga usted que le tocó ser eclipsado por otras luminarias de su generación (fue muy amigo de José Ángel Valente y de María Zambrano), diga usted que muchos no le perdonaron aquello de escribir en castellano siendo gallego, diga usted que quizá su “exilio” suizo contribuyó a alejarlo de determinados círculos culturales, pero los (injustos) hechos son claros: a Julio López Cid le faltan los lectores que se merece, le falta ser reivindicado y difundido en condiciones. Por eso, lejos de quejarme del fin de los “favoritos secretos”, prefiero tomar el camino opuesto y confiarles este otro: lean a Julio. No se arrepentirán.